Desde que tenemos faceta digital, todos esparcimos pequeñas piezas de nuestro puzzle en las redes en función de nuestra intención, intereses, vocación de compartir, momento emocional o todo al mismo tiempo. Eso hace que cuanto más activos somos más información damos a riesgo (y conciencia) de exponer nuestra alma a aquellos que nos siguen.
Siempre me ha interesado ese momento de re-conocerse. El momento en que dos personas que se siguen en las redes completan el puzzle ajeno con esa mirada, ese apretón de manos o una sonrisa socarrona imposible de reproducir con fidelidad ni en el más sofisticado gif.
Esta semana he tenido la oportunidad de compartir presencia en eventos varios con personas a las que sigo hace tiempo y que me acompañan en el camino digital aportando valor, inspiración o espíritu crítico. Ya sea escuchando sus ponencias, valorando la presentación de un libro, estrechando una mano o debatiendo sobre lo humano y lo divino entre zumos y bollería fina. Cada puzzle inacabable tiene ahora algunas piezas menos y brilla un poco más (o menos).
Entre tanto personaje y postureo, admiro a los que se conocen, reconocen y muestran en persona como en la red y viceversa, como no puede ser de otro modo, proyectando lo que son, piensan, sienten y hacen con irrefutable y atractiva coherencia.
Aquellos que mejor manejan el sutil equilibrio entre el inevitable ego y el genuino interés por los demás, brillan para mí más en persona de lo que cualquier digirutilante índice klout pretenda anticipar.
Nota mental: En las redes, como en otros barrios de la vida, lo que decimos es también parte de lo que somos por interpretación de los demás. Conviene que cuidemos nuestra marca personal en función de valores e intención, pero siempre desde la autenticidad. No seas ni digas lo que toca si no lo sientes propio. Aprende e inspírate de todo y de todos pero honra desde la autoestima la preciada singularidad de la persona humana. Nadie es perfecto, todos somos únicos y el arte de saber mostrarlo forma parte del encanto.