Un reciente traslado de oficina me ha permitido observar de cerca una vez más el comportamiento del ser humano ante el cambio. Desde que se rumoreaba que tras 12 años dejábamos el centro hasta que finalmente nos instalamos en unas magníficas oficinas llenas de espacio y luz, fue casi divertido ver a los más agoreros vaticinar lo peor ante la falta de información o la inquietud ante lo nuevo. Al mismo tiempo algunas personas, compartían la noticia y los detalles que iban llegando con la misma sonrisa y confianza con la que aparecen cada lunes.
El cambio supone soltar, abrirse a lo incierto, permitirse un nuevo inicio y entrenar en sentirse cómodo en un nuevo espacio que aunque distinto y lejos de casa, permite evolucionar. En nuestro caso debo decir que las vistas hacia el futuro desde la planta 20 son mucho más inspiradoras.
En mis primeros días en las nuevas oficinas, con altas temperatura en el termómetro y en las calles con los taxistas en huelga, la ciudad se colapsa y la paciencia de los sufridos usuarios se consume. Una nueva muestra (y las que vendrán) de un colectivo que reacciona tarde en un mercado en que el cliente es el rey. Sindicatos, gremios, leyes y normativas se mueven como tortugas ante el «liebre» mercado. Extraña manera la de resistirse esta vez al cambio perjudicando a los mismos clientes que los competidores miman.
Desde el máximo respeto a quien ve en riesgo su trabajo y se siente impotente, me viene a la mente la conversación hace unos meses con un joven taxista en Madrid. A la oferta de su padre de heredar «un trabajo para toda la vida», el chico (cercano a la treintena) me contó que leía sobre tecnología y futuro del trabajo y que valoraba vender su licencia para invertir en alguna startup en movilidad y aprovechar más su tiempo libre para formarse en sus campos de interés. Quería estar preparado antes de que los coches autoconducidos sean ya una realidad. En 15 minutos de trayecto no se quejó del gobierno, ni del ayuntamiento, ni de sus circunstancias ni de competidores más avispados que él, valoraba alternativas y actuaba para anticiparse al futuro. Sería interesante seguir y dar a conocer su trayectoria pero las noticias suelen dar más espacio al conflicto y la queja.
El cambio (casi éxodo) que ahora nos ocupa a los más afortunados es el de vacaciones por trabajo. Reemplazar horarios por contemplación, e-mails por libros (en papel !), bocinas por trinos, gris por azul, humo por nubes y lo más importante, tiempo productivo por tiempo relevante y de calidad con los que elegimos. Es hora de recargar nuestra batería vital
Nuestra capacidad de adaptarnos o generar cambios positivos con suficiente energía pasa también por recargarnos con silencios, distracción, inspiración y reflexión
Que vuestro paréntesis laboral sea memorable y volváis todos con salud y energía para afrontar vuestros retos
Nos esperan tiempos inciertos, revueltos, casi (o sin casi…) revolucionarios. La huelga de taxistas es la primera gran muestra de ello. 15 ó 20 años por delante de crisis, enfados, populismos y demagogias, al tiempo que se irán abriendo nuevas formas de vivir impensables hoy en día.
El cambio continuo, disruptivo y sorprendente está servido, y además es imparable. Confiemos en que nuestra sociedad sea capaz de asimilarlo, lo que no es más que la suma de la capacidad de asimilación y adaptación de cada uno de nosotros.
Habrá que superar el gigantesco desconcierto de los vehículos sin conductor con la esperanza de la eliminación del petróleo como combustible y la gratuidad de la energía fotovoltaica en cada vehículo (Yin y Yang).
Mientras tanto… ¡felices vacaciones, Joan!