Empieza la clase sobre desarrollo personal y la instructora, para sorpresa (y para qué negarlo) cierta incomodidad de la expectante audiencia, invita a presentarse a los asistentes de forma poco esperada. Ahora no necesitan explicar su profesión, aficiones, momento vital o expectativas para el curso, la forma propuesta de romper el hielo será levantarse uno por uno y compartir con la audiencia alguna de sus vulnerabilidades. Todos tenemos luces y sombras y son éstas sombras las que disimulamos y nos ocultamos incluso a nosotros mismos. Entre miradas cómplices y signos de aprobación y agradecimiento a la sinceridad, todos van aireando algunos de los aspectos que reconocen querer mejorar: inflexibilidad, excesiva dependencia de opiniones ajenas, perfeccionismo insano, inseguridad en momentos clave, búsqueda de la autenticidad… Somos humanos y siempre es más cómodo y fácil ver la paja en ojo ajeno, qué mejor forma de empezar a hablar sobre desarrollo personal que declararnos débiles ante los demás y compartir ayuda y apoyo para ser mejores.
Hoy en día parece que estar en permanente modo defensivo ante no se sabe qué agresor o hacer gala de nuestro logros para pavonearnos del tamaño de nuestro cerebro y nuestro corazón son la pose ganadora que nos puede abrir más puertas. Pues no. Desde aquí se reivindicó la fuerza de la vulnerabilidad. Todo aquel que es autocrítico y tiene voluntad para mejorar y humildad para exponerse y verse en los ojos de los demás es quien más capacidad tiene para crecer un poco cada día y mayor autoridad moral para acompañar a los demás en el camino a su mejor versión.
No temais ser vulnerhábiles, es el primer paso hacia la fortaleza y el liderazgo desde el servicio y la humildad.