Tempus fugit

Cada vez que veo fotografías y trabajo con ellas, me doy cuenta de que son uno de los pocos remedios que nos quedan para combatir la condición etérea del tiempo. Ayer mismo vi a unos orgullosos padres intentando arriesgadamente mantener derechos a sus pequeños en un pequeño parterre de la Diagonal entre veloces filas de coches y humos. Así está de caro lo verde en Barcelona. Tambien los turistas retrataban con sofisticados móviles el ambiente navideño del Portal del Angel (seguidos de cerca por curiosos “turistas” rumanos) intentando exprimir al máximo su fin de semana gaudiniano. Más tarde una chica inmortalizaba a su pareja con pose de modelo romano frente a una columnoa dórica. Un buen ejemplo de como la vanidad nos transforma en un segundo cuando un objetivo nos enfoca.
Las fotos, popularizadas por la portabiliadad de los móviles y la gratuidad de lo digital, nos permiten capturar momentos únicos, detalles sin aparente valor pero con pleno significado cuando sabemos de su emisor o del momento en que dicho instante fue robado al tiempo. Fotos enviadas, fotos publicadas, fotos editadas con música que le aportan solemnidad o dulce nostagia. Las fotos de cuando éramos jóvenes, las de aquel viaje, las del momento memorable de aquellas vacaciones, las del partido irrepetible al que asistimos….
Empiezan las fiestas y con ellas se nos ofrecerán incontables ocasiones para inmortalizar, momentos de risas, de música, de magia, de niños, de luces…
Capturemos esos momentos para siempre pero en la pericia del encuadre, no nos olvidemos de vivir cada instante intensamente y cada ocasión como merece lo irrepetible.
Y si el señor Alzheimer viene en un futuro a fastidiarnos la memoria RAM de nuestro cerebro, siempre nos quedará evocar con estas fotos los mejores instantes de nuestra vida digital almacenados en el disco duro de nuestro corazón.

Joan Clotet