No somos como somos, somos como nos ven. Igual que una cadena es tan débil como su eslabón más frágil también nosotros, suma de capacidades, aspiraciones y expectativas propias y ajenas, aparentamos a menudo ser tan débiles como en ocasiones nos mostramos.
Somos esclavos de nuestras palabras y herederos de nuestros actos y en ambos casos nos movemos por nuestras convicciones y valores pero también por la necesidad de cada circunstancia, nuestro estado de ánimo y la influencia de todos los que nos rodean. Se espera de nosotros que seamos resolutivos pero reflexivos, flexibles pero férreos negociadores, innovadores pero buenos calibradores de riesgos. En resumen: nos piden ser como cada circunstancia requiere y ahí nuestras virtudes pueden ser defectos y nuestras mejores capacidades el peor lastre.
En estos entornos de crisis y presión como los que nos ha tocado lidiar es especialmente importante adaptarse al entorno pero también reflexionar sobre cuáles han sido los valores fundamentales que más nos han ayudado a superar travesías y tormentas durante nuestro viaje hasta el momento actual. Estos tiempos requieren capacidad de aprendizaje y desaprendizaje como nunca antes vivimos pero también reclaman valores básicos como el sentido común, el respeto hacia uno mismo y los demás y la coherencia de lo que sentimos, decimos y hacemos.
No es imprescindible alcanzar grandes y ambiciosos objetivos u obtener el reconocimiento ajeno para saber que estamos en el buen camino, el simple hecho de llegar a casa cada noche con la satisfacción del trabajo bien hecho y la honestidad de haber sido fieles a las virtudes por las que nos respetan, es recompensa suficiente para afrontar cada día con la mejor disposición para sumar y aportar energía positiva a nuestro entorno.