No sabemos cómo pero todos, poco a poco y sin darnos cuenta, perdemos la inocencia que nos viene de serie cuando nacemos. Aquella que nos permite no ver el mal en los demás, aquella que no se asusta por los riesgos, que no va más allá y nos hace ver las cosas tal como aparentan. La inocencia que nos hace mirar a los demás embelesados y curiosos. La vida nos empuja luego a crecer y nos enseña, a golpes a veces, que no todo es tan sencillo como parece y que nos necesitamos los unos a los otros para avanzar, adaptarnos y resolver los pequeños o grandes retos que el destino nos depara . Ayer perdimos una de esas miradas inocentes, la mirada de un niño que sonreía.
Jordi era un niño de 24 años que, aquejado de parálisis cerebral, nos regalaba a menudo su sonrisa. La sonrisa que encabezó gestas deportivas impensables para otros como él, posibles gracias al coraje y la ilusión de sus hermanos y tantos amigos. La sonrisa con que parecía agradecer cada caricia, cada mirada y cada rayo de sol que le iluminaba la cara en esos domingos en que le vimos llegar a meta y disfrutar, casi tanto como los que estábamos allí, por él y gracias a él y a sus amigos.
De Jordi he admirado y valorado como nunca antes la abnegada labor de una madre dedicada en cuerpo y alma a su hijo de principio a final, haciendo de su vida la mejor que un niño sin alas puede tener. Con Jordi me emocioné viendo como otros niños, mayores como yo, superaban retos deportivos minúsculos frente a los suyos, haciendo equipo y sumando con alegría para ayudar a los demás. Con Jordi fui más consciente de la necesidad de desdramatizar supuestos problemas y valorar más lo que tenemos y a veces olvidamos por obvio, capacidad para tomar nuestras propias decisiones y seguir avanzando con autonomía y responsabilidad en nuestro camino en esta vida.
Jordi fue una de esas personas que estimula lo positivo en nosotros. Muchos saben y se han implicado con su causa CorreAmbMi, gracias a Dídac, Toni, los suyos y tantos amigos que han hecho grandes cosas inspirados en personas como él. Por todo lo vivido y aprendido sólo puedo dar gracias a Jordi y su familia que dan ejemplo de cómo coger la vida por los cuernos y honrando valores como la integración, la solidaridad o el trabajo en equipo, han demostrado su amor y movilizado con él a los que no pueden moverse y a los que debemos movernos más.
Yo creo que Jordi sabía lo que estaba pasando. No nos lo podía decir pero tuvo mucho amor en su vida y cientos de sonrisas regaladas. Por eso era un niño que sonreía, con esa inocencia que todos perdimos alguna vez.
En su memoria, os invito a no dejar de sonreir y a seguir luchando juntos por una mejor calidad de vida para personas como él y por qué no decirlo, para todos nosotros.