Aires nuevos parecen empezar a respirarse en la gestión de personas (que no de recursos humanos): más confianza que control, más liderazgo que mando, más colaboración que competencia, más mentoring y coaching que sesudas evaluaciones inquisitorias. Cada vez oímos y leemos más sobre cambios en los paradigmas de gestión y liderazgo y aflora una mayor sensibilidad, sea cual sea el sector de actividad para que el cambio, como siempre, se geste y potencie a partir de obtener lo mejor de cada uno frente a intentar crecer encorsetados por procedimientos, jerarquía y disciplina.
Hasta aquí lo fácil, tendencias y hablar de los demás. Ahora toca pensar en lo que pasa en nuestros entornos y en la terapia de choque que supone en ocasiones incorporar a nuevas generaciones con otras prioridades en sus valores, aquellos que no entienden de tendencias porque no tienen pasado profesional. Jóvenes preparados y apasionados que se inspiran en líderes, mentores, referentes y que no se obnubilan por jerarquía sino por el valor demostrado en la práctica frente al supuesto por el cargo. Muchos no somos millennials (creo que la mayoría) así que creo que conviene reflexionar (y aún mejor, preguntar) sobre cómo somos y cómo nos ven. Del mismo modo que en un salto generacional educamos a nuestros hijos (en casa y en la escuela) con modelos sensiblemente distintos a los de nuestros padres, también en la empresa necesitamos ampliar conciencia y adaptar nuestros estilos de liderazgo para obtener lo mejor de nuevos equipos. Ya no sirve autorreafirmarse en la zona de confort justificando nuestro valor en base a éxitos pasados, hay que ser humilde y valiente para aprender de los que menos saben (de ese pasado). El combustible del motor millennial es la pasión, la autonomía, la responsabilidad, la visibilidad y el reconocimiento. Están preparados nuestros egos para saber brillar con la luz de los demás ?
O les inspiramos o expiraremos pronto (al menos para los Millennials)