En un reciente programa de liderazgo en que participo como facilitador, he podido comprobar una vez más el poder de las buenas preguntas, aplicadas en este caso a la introspección y al diseño del próximo capítulo en las vidas de nuestros líderes.

En esta era digital, en que la información crece mucho más deprisa que el conocimiento, considero de especial valor aquellas personas que hacen buenas preguntas. Preguntas oportunas y abiertas que nos hacen pensar y estar un poco menos seguros de aquello que creíamos saber.

Los niños preguntan con curiosidad y genuino interés. En los primeros años nuestro cerebro es una esponja que crece deprisa por factores biológicos y sociales. La curiosidad, la autoestima y el espíritu crítico deberían estar muy presentes en esta etapa para sentar buenas bases para la vida adulta. Pero no siempre es así. Venimos de un modelo en el que los conocimientos estaban en los libros, los padres y los profesores era los únicos o más expertos y el método socrático parecía sólo para filófosos. El que tenía las respuestas tenía el poder y muchas veces un ego proporcional que le hacía perder la perspectiva del rol hacia los que servía. Apuesto a que no os suena extraño si pensais en algunas personas de vuestro entorno laboral

Dejamos espacio insuficiente para las preguntas. Se espera que seamos expertos en lo nuestro y productivos, lo que parece relegar las grandes cuestiones  para los proyectos de cambio, la dirección, los departamentos de organización, innovación, etc. cuando en el fondo es una práctica que debemos ejercitar todos y cada uno de nosotros en nuestro trabajo diario.

En general preguntamos poco porque las preguntas nos exponen a parecer ignorantes, pueden incomodar, demandan tiempo, argumentos, reflexión y así perdemos muchas oportunidades de avanzar en el camino del saber.

Ahora que casi todo está en internet lo que marca la diferencia es cuestionar, encontrar, cribar y contrastar para saber o enriquecer una opinión propia. Los datos, la información y el conocimiento se democratizan y los nuevos sabios son los que revisan periódicamente su experiencia cuestionándose e invitando a ser cuestionados. Semiignorantes en beta permanente como dirían los modernos.

Evitad e ignorad preguntas ególatras, retóricas, esgrima intelectual o de postureo. Para eso ya tenemos a los políticos. Huid de los orgullosos egos inconscientes de todo lo que ignoran y que no admiten (ni merecen) nuestras preguntas.

Preguntad desde la lícita y humana ignorancia, desde la humildad y el interés genuino por saber y conectar conceptos, reclamad y agradeced nuevas perspectivas y preguntas poderosas 

Un buena pregunta es un regalo que nos invita a pensar para ser un poco mejores.  Hay tanto que no sabemos sobre nosotros mismos y lo que nos rodea que difícilmente podemos tomar buenas decisiones si no incorporamos datos y buenas preguntas a nuestras reflexiones

No des nada por obvio, no te quedes con dudas, contrasta opiniones con personas que piensan diferente y valora su diferencia. Decide ágilmente con los datos y el tiempo de que dispongas, pero anota mentalmente y practica eso tan castizo de «tengo que darle otra vuelta»…

Joan Clotet

Humanista Digital // Digital Talent Innovation Coach · Advisor · Trainer · Speaker · Author / Committed with People Talent Innovation and #Positive change

Esta entrada tiene 5 comentarios

  1. Román

    Completamente de acuerdo con esta reflexión. No hay preguntas estúpidas, ni innecesarias. Lo que hay son receptores de las preguntas que no son capaces de atender a sus «clientes». Y, ¡naturalmente que hay que ponerlo todo en cuestión! Y si las explicaciones no son satisfactorias, seguir cuestionando es un deber 🙂

    Por otro lado, lo único que no me hace sentir cómodo en el artículo es la palabra «humildad». Es un concepto que aborrezco, por lo malentendido y «mangoneado» que está.

    Partiendo de la etimología (humilde, de humilis, el que se arrastra a sí mismo por el barro), y siguiendo con la concepción abrahámica (herencia de las tres religiones principales monoteístas) de la inferioridad inherente al ser humano (dado que siempre está por debajo de dios), la humildad, en esencia, es una exigencia de sumisión y de destrucción de la propia autoestima.

    La HONRADEZ, en cambio, es el reconocimiento honesto de las propias limitaciones, sí, pero también el reconocimiento honesto de las grandezas propias 😉

    1. Muchas gracias Román por leer y aportar. Mi punto es que hay que huir del ego y la suficiencia para aprender y nos ser refractarios a las preguntas de nuestro entorno. Me gusta como defines y utilizas la honradez en este contexto. Un abrazo

  2. davidbarreda

    …cuánto disfruto leyéndote…

    Gracias.

    David Barreda

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