Mediodía en un restaurante cercano al parque empresarial. Los clientes empiezan a acumularse en la puerta del local que completa diariamente su puzzle de mesas multicolor en plena vorágine urbanita . Los camareros circulan de mesa en mesa cada vez a mayor ritmo, tomando notas y sirviendo apresurados platos. Los clientes aprovechan su paréntesis comentando la jugada, criticando al ausente, devorando a la carrera o simplemente recargando su batería vital, cual hiperactivos móviles, para afrontar el resto de la jornada en condiciones.
Desde mi privilegiada y discreta mesa-observatorio, me recreo en la intensa coreografía del personal de sala y en la actitud de los comensales, una buena muestra del rico y variado menú del género humano. De pronto, una gran sonrisa hospitalaria de ojos azules se planta ante mí y me aterriza de mis divagaciones dándome la bienvenida y preguntándome qué quiero para beber. Es un tipo joven, de poco más de 20 años y por su actitud (más lento y pendiente de la supervisora que sus compañeros ) parece nuevo, no sólo ya en el puesto sino en el competido mundo laboral en que que nos movemos.
Me sorprende gratamente que salude de forma más efusiva de lo habitual y ese medio segundo en que, con mirada directa y franca sonrisa, asiente a cada elección de sus clientes. Me fijo en que repite el mismo protocolo en todas las mesas que le toca atender hoy.
Capta mi atención curiosa desde ese momento y me intereso en ver la reacción en otras mesas. Para los grupos animados que ríen de casi todo menos de ellos mismos, parece una atracción más: “El nuevo”.
El nuevo prosigue su camino bandeja en mano con la misma actitud, presencial total ante cada cliente, ante cada petición. Toda la capacidad de servicio del establecimiento se concreta en este hombre, su capacidad de entendernos y atendernos marcarán la diferencia.
Me parece fascinante encontrar una vez más otro vivo ejemplo de que el mundo es tal como lo vemos. Algunos de sus compañeros salen de cocina como del infierno y sirven un poquito de stress en cada plato, cuando no aderezan la ensalada con salsa de mal humor y unos toques de insatisfacción laboral. La sonrisa no está casi nunca en su uniforme y el cliente parece sólo una pieza más a colocar en su aburrida cadena de montaje. Para el nuevo no. Probablemente (y con suerte) es un mileurista ilusionado con cada oportunidad que le brinda el día en forma de cliente al que atender. El nuevo cambia el clima de las mesas, regalando amabilidad e inactivando bombas que se impacientan por el retraso de 2 minutos en el plato solicitado o la inadecuada temperatura de su bebida. Opino que la corbata les oprime demasiado, la sangre no debe circular correctamente y pierden la noción del tiempo y de las formas con los demás. El protagonista hoy de mi historia inyecta exactamente aquello que muchos echamos de menos en el local y su actitud y acciones aplicadas parecen más efectivas que cualquier política de motivación y desarrollo de la empresa que le paga. No creo que le haya tocado la lotería, creo que el nuevo ha decidido, una vez más, que hoy que será un buen día y que cada mesa y cada cliente son una oportunidad de hacer bien su trabajo y sumar felicidad a profesionalidad.
Vacunado de miradas reprobatorias o desorientadas, sigue atendiendo cada mesa como si de amigos se tratara regalando sonrisas como tarjetas de visita o caramelos con los que compensar las casi inevitables deficiencias del servicio en hora punta. Con prisa pero con pausa intencional. Prisa y pausa, eso somos y el nuevo las maneja con maestría desde la aparente inocencia. Mientras los honestos generen recelo, mientras las sonrisas generosas inspiren injustamente desconfianza cuando no estupidez, tipos como el nuevo que ven al cliente en mayúsculas, se iluminan para brillar entre la mediocridad.
Termino mi comida, como la mayoría tengo poco tiempo y debo volver a mi realidad. Le imagino finalmente terminando su jornada laboral con otra buena colección de sonrisas agradecidas en su haber. Creo que todos somos su energía como él ha sido hoy un poco la nuestra, marcando la diferencia para mí y para todos los que repetiremos buscando algo más que prisa y precio: presencia, atención y un poco de feliz serenidad.
Pingback: Resumen Blog Humanismo Digital 2015 | HUMANISMO DIGITAL por Joan Clotet