Abro paréntesis

Aquí, en el aire, en este microclima delimitado por el pasajero del al lado y la ventana que mira al mundo, aquí donde el tiempo pasa despacio y la imaginación deprisa, pienso en lo que dejo atrás y en los que voy a encontrar.  Atrás dejo madrugones y prisas para quitarme el reloj por unos días y cambiar de ritmo con los míos.

Abro el paréntesis de las vacaciones mirando al cielo, flanqueado por la izquierda por un ala que corta el aire majestuosa luciendo con orgullo sus brillantes remaches y a la derecha por una japonesa de mediana edad que duerme con la boca abierta, quien sabe si extasiada en sueños por la arquitectura de Gaudí que se dispone a visitar. Todo el pasaje está sereno y sólo un niño de 3 años de ojos juguetones que buscan cómplice y un azafato de sedosos movimientos y sonrisa permanente atraen miradas curiosas y alteran el guión de lo predecible.
 
La nave surca serenamente los aires y la imaginación vuela en ella más alto, reflexionando, dormitando y despertando, sonriendo furtivamente y jugando con la realidad que alguien ha dispuesto hoy para todos nosotros. Mucho antes de que el avión se pose en su destino yo ya he aterrizado pensando en los míos, sus sonrisas, sus miradas que invitan a todo lo que viviremos juntos antes de cerrar este paréntesis de realidad y ensayo de jubilación que son las vacaciones estivales. Una Claudia Cardinale veinteañera me sonríe desde el periódico en el que tomo estas notas. Ella también parece saber que viene lo mejor. Mi vecina japonesa sigue durmiendo, o al menos eso parece, con los japoneses uno nunca sabe…