Viernes 3 de la tarde en el puerto olímpico de Barcelona. Muchos restaurantes semivacíos, un calor que abrasa y pocos guiris por pescar. En el paseíllo hacía nuestro objetivo declinamos con elegancia las ofertas de un par o tres de «cazaclientes» que armados con carta en mano y sonrisa de oreja a oreja, nos destilan en 7 segundos las bondades insuperables de su local. De pronto, un morenísimo e inequívoco magrebí, en la puerta de uno de los locales nos espeta con un claro acento marroquí: «tienen hambre señores ? no lo duden ! somos gallegos !». Acto seguido, una risa con sorna suena detrás de mí. Sin duda el simpático empleado tiene de gallego lo que yo de bielorruso pero me da que pensar en lo interesante de reforzar el origen de la cocina del lugar a la vista del aspecto de la mayoría de los que la crean y sirven. Estoy seguro de que hubieramos comido un lacón con grelos insuperable, rodeado de clientes guiris y eficientes camareros de medio mundo, pero finalmente optamos por explorar un restaurante oriental de reciente apertura. Lejos de encontrar allí a todos los camareros de Vic, Torroella u Olot está claro que así como en los 70 y 80, gallegos y andaluces copaban la mayor parte de los puestos de trabajo en el ramo de la hostelería, hoy en día es poco habitual que te sirva un plato alguien que haya nacido a menos de 1000 km. de donde te encuentras. En cualquier caso, es un síntoma más de globalidad y si nuestro simpático maitre de Casablanca es eficiente al grito de «somos gallegos» yo voto por él y por todos los que han sido valientes para buscarse las habichuelas muy lejos de sus casas y de sus familias superando miserias y agravios como lo hicieron quizá nuestros padres y abuelos en Alemania, Francia o Argentina no hace tantas décadas.
Yo valoro cien veces más un servicio profesional de acento lejano que un desprecio nacional.
Joan Clotet
i si t'entenen en català ja «rissem el ris»….