Un viaje a otras latitudes de la península, me han hecho reflexionar sobre cuán distintos son (o hacemos que sean) los mundos en los que convivimos.
A la distancia física añadimos distancias linguïsticas, culturales, sociales, etc. cuando desde la perspectiva de alguien que nos observe desde fuera, solo somos personas prácticamente idénticas que conviven en un pequeño pais al sur de Europa…
Sentimos desde que nacemos la necesidad de diferenciarnos del resto, no por el hecho de ser diferentes, sólo por ganar un puesto propio en nuestra clase, pandilla, empresa, etc. o por sentirnos parte de la «tribu» en que nos amparamos y en parte nos define.
Todas esas distancias se reducen cuando compartimos un objetivo, un problema, una circunstancia y se desvanecen con el diálogo basado en el mutuo respeto. No soy quien para dar clases de empatía pero es obvio que una décima de segundo en la piel de tu interlocutor es suficiente para modular tu mensaje y conseguir una franca mano a estrechar frente a un montón de recelos y desconfianzas que, a priori, no mereces.
Quizá sea necesario no haber tenido muchas decepciones en la vida para afrontar nuevas relaciones (profesionales o personales) con más franqueza y presunción de inocencia, pero aún teniendo motivos y heridas de guerra que justifiquen posturas más prudentes, no hay mejor llave de entrada a una persona que una mirada directa, una franca sonrisa y una mano tendida.
Joan Clotet