Salió una mañana como cualquier otra, sin un rumbo concreto, con la caricia del sol dominical sobre su espalda y un dia lleno de sorpresas por delante que degustar lentamente, al ritmo al que sus padres le habían enseñado a vivir.
Era joven, y tenía aún mucha vida por delante, proyectos que realizar o incluso que imaginar, parejas que conocer y tierras por descubrir.
Desgraciadamente no estaba sólo en aquella carretera y antes de que se diera cuenta, una rueda indiferente le convirtió en sello, sin tiempo a suspirar, ni siquiera a sorprenderse…
Cuando la vida nos parece sonreir, y un paisaje de película nos acoge en sus brazos, llenamos los pulmones de aire y nos sentimos los amos del mundo, capaces de todo.
En realidad no es más que un tema de actitud, una cuestión de autoestima, confianza y determinación, que nos empuja a buscar y a cumplir nuestras ilusiones, si es posible sin hacerlo a costa de los demás.
Él tambien sentía lo mismo, tambien era joven y también creía tener todo por delante. Por desgracia, la naturaleza no le concedió nacer en una especie superior, era sólo una caracol. Y un caracol, a pesar de todos los proyectos e ilusiones que su diminuto cerebro pueda contener, no está dotado ni de la capacidad de previsión ni de la velocidad o reflejos mínimos para afrontar adversidades e imprevistos. Un caracol debe plantear su estrategia e itinerario para cada dia con acierto, y ese día no acertó. Murió discretamente aplastado a las 11:37 de un soleado domingo, bajo las ruedas de la bici de un ausente fondón, que tenía todo el tiempo de mundo para plantear su estrategia, continuar su camino, sortear adversidades y conseguir sus ilusiones, todo ello si es posible, sin hacerlo a costa de los demás (al menos conscientemente).
En memoria del caracol anónimo.
Joan Clotet
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